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Las veinticuatro horas de la Pasión

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(En proceso de Beatificación)



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Por RORATE CÆLI -23/11/2014


domingo, 17 de abril de 2016


“Amoris Lætitia” : Evangelio apócrifo bergogliano para el hombre del siglo XXI

escribiendo43

Roma, para el Denzinger-Bergoglio
Sábado al mediodía. Preparación de la vorágine pastoral del fin de semana, dejados los encargos, también pastorales, en tribunal. Y ahora, en el móvil, los mensajitos: “¿Padre, ha visto?”, “¡Padre, ahora los concubinos pueden comulgar!”, “Padre, ¿ya no hay pecado mortal en la Iglesia?”, “Padre, ¿es pecado vivir como hermano y hermana?”. Y tantos más… Así que he tenido que encender el modo avión del teléfono para poder escribir unas líneas sobre la nueva enciclopedia bergogliana: “Amoris laetitia” – La “alegría del amor”. Una enciclopedia que quiere ser un “Evangelio de la Familia”: de la “familia bergogliana”, evidentemente. Los Cuatro Evangelios de Jesucristo, inspirados por el Espíritu Santo, tienen – según la Biblia de Jerusalén en español – algo más de 76.000 palabras. El nuevo “Evangelio Bergogliano” (que podemos considerar un “apócrifo” del siglo XXI), supera las 60.000 palabras, mucho más que los tres sinópticos juntos. Una verborrea confusa y, sobretodo, generadora de confusión que ha dejado a todos los comentaristas –incluso a quien escribe– en la inseguridad de si valía la pena leerlo entero; e incluso si valía la pena escribir algo sobre ello.
Decimos “evangelio” porque así lo califica su autor: el “Evangelio de la Familia” (AL 60, 63, 76, 200, 201). Y calificamos como “apócrifo” porque así son llamados los textos en que se mezclan noticias y doctrinas verdaderas, con errores, mentiras y absolutas herejías; en los primeros tiempos de la Iglesia eran infatuaciones gnósticas o nicolaitas; por lo que sus autores se “escondían” bajo el anonimato, y “escondían” sus escritos, de ahí el uso del término griego “escondido” para calificar esos escritos: apókryphos (todo escondido). Pero siempre han existido “apócrifos” incluso públicos, es decir textos, habitualmente cargados de verborrea, en los que aparecen, como en ciertas sopas, alimentos sabrosos y nutritivos junto con verdaderos venenos flotando o semi-flotando en el caldo atractivo y nauseante.
El domingo tuve que ir atrás de una oveja desgarrada hacía 21 años, que desde cuatro meses buscaba; ella, como la samaritana, ha tenido cinco “maridos” y el que actualmente tiene no es su marido… (cf. Jn 4, 17-18) Y yo pensaba: “¿Puedo decirle a esta mujer adúltera y concubina, madre soltera e “in civitate peccatrix” (Lc 7, 37), que ni siquiera ha tenido el cuidado de cubrir sus desnudeces con una ropa decente para recibir un sacerdote en su casa, pero cuya conversión Dios quiere, y yo también, que ahora ya nada es pecado, que puede comulgar sin cambiar de vida?” En conciencia, no. Hay que acordarse de San Juan Evangelista y su “non licet tibi” ante el concubinato adulterino de Herodes, que le costó la cabeza (cf. Mc 6, 18). Dios quiere la santificación de esta “samaritana”, no su perdición eterna en el infierno, pero quien nos creó sin nuestra colaboración, no nos salva sin nuestra cooperación, como bien dijo San Agustín: “Qui creavit te sine te, non salvavit te sine te” (Sermde verbis Apostolis 169, XI, n. 13;PL 38, 923). Dios desea de todos los hombres actos de virtud, de integridad, ¡de santidad! ¡De progreso rumbo al encuentro gozoso con él! De abandono del pecado, para quienes no han conservado la inocencia. “¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios” (1Cor 6, 9-10), si no cambian de vida, claro. ¡Y es posible cambiar de vida! Pero no es posible ir al cielo sin repudiar la vida pecaminosa. Esa misma enseñanza, el Apóstol de las Gentes la transmite, en fin de vida, a su discípulo Timoteo, hablando de los falsos doctores de la ley que “han caído en vana palabrería” (1Tim 1, 6) y pretenden ser “maestros de la Ley”; la Ley, dice el Apóstol “es buena, con tal que se la tome como ley”, y no ha sido instituida para los justos, sino para los “prevaricadores y rebeldes”, que él enumera: “impíos, pecadores, irreligiosos y profanadores, parricidas, matricidas, asesinos, adúlteros, homosexuales…” Para estos, según el Apóstol, debe ser aplicada la Ley, pues esos tales “se oponen a la sana doctrina” (1Tim 1).
¡Qué diferencia con Francisco y su última y “verborraica” vana palabrería…!

Qué dicen los glosadores de “Amoris laetitia”

Los comentarios en la prensa “internetica” son tan numerosos que no hemos tenido tiempo de cotejarlos todos.
Schermata-2016-04-08-alle-17.26.01-607x493Ya el primero, el cardenal Schönborn, al presentar el indigesto texto en la “Sala Stampa” del Vaticano, no teme afirmar que el documento viene a superar “la artificiosa, exterior, neta división entre [uniones] «regulares» e «irregulares»”. Más o menos como si el papa pudiese derogar alguno de los mandamientos, o inventar un nuevo sacramento. Y el cardenal valido, en una exégesis típicamente “bergogliana” (no católica) aplica una frase de S. Pablo sobre otro asunto totalmente diferente: “Dios encerró todos los hombres en la rebeldía para usar con ellos de misericordia” (Rm 11, 32). Un error de interpretación que no se permitiría en el primer curso de teología de un seminario; y más un seminario dominico (en el cual Schönborn estudió). ¡Nada que ver! Nos recuerda ciertos pastores protestantes, con los que hemos tenido que “dialogar” (sic!), para los cuales cualquier frase vale en cualquier sentido sin relación con nada. Porque el Magisterio multisecular para ellos no existe; ni la interpretación auténtica dada por la Iglesia a lo largo de veinte siglos. Y eso parece que tampoco existe para Schönborn, glosando a Francisco.
Para el cardenal privado del pontífice, con el nuevo texto “hay en primer lugar un suceso lingüístico… algo ha cambiado en el discurso eclesial”. ¿Qué ha cambiado?
Los comentaristas laicos, izquierdistas, divorcistas y etc., no dejan de alegrarse porque el Francisco los protege en sus aberraciones morales.
Antonio Socci, un vaticanista aguzado, reporta algunos titulares de la prensa italiana no católica. Para “La Repubblica”, el texto de Bergoglio significa “es posible la comunión para los divorciados recasados”; en “Il Corriere della Sera” el título es “El papa abre los sacramentos a los recasados”.Estos piensan como Schönborn; es decir como Francisco.
No sólo, también el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana, “Avvenire” declara con euforia, a respecto del “Evangelio apócrifo bergogliano”: “Cuando el cardenal Kasper habló del «documento más importante en la historia de la Iglesia en el último milenio» algunos pensaron que fuese exagerado… Ahora con el texto delante, debemos decir: el texto de Francisco tiene el sabor de un texto fuerte y revolucionario”. Dejando de lado los errores de redacción, que no pasarían en un curso elemental (repetición de palabras, uso impropio, etc.), el sentido es claro: hay un cambio de 180 grados en la doctrina familiar bergogliana, en relación a la doctrina familiar católica. Un cambio “revolucionario”, como no existió en los últimos 1.000 años. Kasper fue más lejos, en los últimos 17 siglos. El mismo uso del calificativo “revolucionario” indica que Francisco ha querido revolver, producir una mudanza muy radical, instaurar un nuevo estado de cosas contrario a un orden existente; podemos usar la expresión italiana “revolución copernicana”, es decir poniendo boca abajo, patas arriba lo que estaba erguido según la ley humana y divina. En el caso, el matrimonio como fue querido e instituido por Dios.
Socci comenta acertadamente: “la exhortación apostólica es un gesto claro de desafío a dos mil años de magisterio católico. Y en los ambientes católicos (traumatizados) domina un silencioso desconcierto”.
Psicológicamente surge el desconcierto en el alma humana, delante de ciertas aberraciones extremadamente escandalosas, y provocan el silencio de los justos: Jesús calló delante de Caifás, porque no tenía sentido comentar las insensateces del Sumo Sacerdote, legítimo heredero de Aarón, pero prevaricador: “Jesus autem tacebat” (Mt 26, 63)(...)

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